dimecres, 15 de juliol del 2020

Sociologia de una ciudad vacia, pero llena de bozales


Hoy había quedado con una amiga para comer en Girona, pero al final ella no podía y he decidido ir igualmente a hacer unas compras que necesitaba.

Siempre que he de salir de mi paraíso terrenal noto resistencia, siempre desde que estamos en esta crisis planificada, claro.

Aunque soy fuerte; aunque invoco cada día a mi Ser multidimensional y me sé poseedora de todo el poder y la energía que está al alcance de cada uno de nosotros; aunque mantengo y sostengo una frecuencia vibratoria lo más estable posible con la autoconciencia; aunque declaro en mi fuero interno no posicionarme en el victimismo y la impotencia; aún a pesar de todo esto percibo una sutil resistencia a salir a la calle, me parece que es como ir al campo de batalla.


Pero estoy acostumbrada a vencer estas sensaciones y no dejarme debilitar ni vencer, sé que si cedo a ellas agrando la resistencia y el temor.

Así que me he ido hacia la urbe. Iba con un cierto encogimiento de corazón que ha ido aumentando al escuchar las noticias de la radio. Confinamientos en más sectores, más restricciones, alcaldesa de Barcelona amenazando con aumentar las medidas, regidores con tono amenazante y categórico con quien incumpla las medidas, todo ello, dicen, por el bien de la salud pública.

Mientras iba viendo las calles bastante vacías, casi todo el mundo con el bozal, niños, abuelos, jóvenes, todos…tal vez un 2 o 3% con cara destapada. El corazón se me iba encogiendo, intentaba decirme a mí misma que esto es pasajero, que es solo un obstáculo del camino hacia la liberación total de la Tierra, que hay que tener paciencia y no dejarnos amilanar.

Pero mi corazón seguía encogido y propicio al desánimo, a la tristeza de ver cuán bajo hemos caído los humanos. Solo me quedaba aceptar este sentimiento y respirarlo, y notar cómo estamos expuestos a este clima de terror distopico, por mucha conciencia y trabajo personal que llevemos a las espaldas.

Pero he seguido, tenía que seguir y ya puestos, experimentar sociológicamente la situación.

Así que el primer lugar donde he entrado ha sido una farmacia. Solo las piso para los repelentes de mosquitos (el único bicho que me mantiene necesitada de química, lo acepto tal cual, hasta que no encuentre una solución mejor).

Tengo un fabuloso justificante médico que me exime de llevar la mascarilla, pero aun así, iba pensando: ¿les digo algo? Y finalmente me he inclinado por el experimento sociológico, pido mi producto impasible (he de decir que llevar el papelito en el bolso da mucha seguridad y templanza, aunque siempre hay un resquicio de incertidumbre ante posibles actitudes malcaradas). 

Y será que como homeópata soy observadora y acostumbrada a notar lenguajes extra verbales, que me ha parecido que el tono en que me hablaba la farmacéutica y sus gestos eran un tanto abruptos. Pero quizás solo era mi impresión subjetiva y es que ella es así. Me entrega el producto, me cobra y me despide con un “gracias”, sin nombrar en ningún momento la mascarilla. Primera prueba superada, subidón de energía. 

La siguiente parada era una tienda de productos naturales de mediano tamaño. Entro tranquila y desenmascarada y oh! sorpresa al ver que las chicas del mostrador la llevan baja o suelta y me sonríen. Yo tan normal, las saludo y pregunto algunas cosas, voy por toda la tienda, buscando, mirando, algunas llevaban bozal pero medio fuera.

Muchas veces tengo la sensación, al entrar así en una tienda, de que les alivia que yo no lo lleve, es como que se dan permiso para no llevarlo ellos. En ningún momento ni yo ni ellas hemos hecho alusión a “eso” y he salido de allá, aún más llena de buena energía y viendo que hay mucha más gente de la que parece que está semi desobedeciendo tan absurdas y dictatoriales normas. 


Ni que decir que por la calle iba la mar de tranquila y nunca he notado ni oído a nadie que me increpe por no llevarlo. Será que no me fijo, que no lo pienso o que es tanta mi convicción que no doy pie a ello. Insisto en la seguridad que da llevar un justificante, y estoy muy convencida de que esto influye en la actitud personal, que se transmite de manera inconsciente a los demás.

El tercer lugar era una panadería pequeña, lo mismo, la dependienta me ha atendido sin problema a pesar de los dos carteles súper expuestos de la obligatoriedad de la mascarilla.

Hasta aquí, no he tenido que justificar nada a nadie y eso hace mucho bien. Pero ya sabía o imaginaba que el siguiente lugar, una gran superficie, me haría sacar el papelito.

La semana pasada tuve un desagradable incidente en un centro comercial guardado por agentes de seguridad, cancerberos que se han autoadjudicado roles que les van grandes, desde policías hasta sanitarios, donde mi justificante no sirvió de nada porque no decía la palabra “eximir” del bozal.

Les intenté hacer ver que eso se deducía del resto de texto, que mi médico era quien lo indicaba, que si no utilizaban el razonamiento, pero nada…no sirvió de nada. Para mí que esos, coloquialmente llamados, "seguratas" están la mar de satisfechos de ejercer un papel que les hace sentirse superiores. Que nadie se moleste, los habrá de todo, claro, seguro que unos pocos lo viven muy diferente, como uno que al enseñarle mi justificante, hizo un gesto de “lo siento, entiendo que todo esto es un engorro”, pero parece que el grueso del cuerpo seguratil se sabe poderoso e inflado.

Pues en este último lugar, gran superficie, el de seguridad me llama y le digo que tengo un justificante. Interesante su reacción, lo lee, un buen rato aun tratándose de un texto cortito, con buena letra y sus sellos correspondientes. Parece que no está convencido, no le gusta que lo tenga y se pone en el rol sanitario preguntando si no puedo llevar una pantalla, le digo que no, insiste, le digo que mi médico sabrá más que él y finalmente y con reticencia me deja pasar (un tío bajito y cuadrado con pelo afeitado por los lados y una cola de caballo en la coronilla, hay que ver como hasta el look más friki hoy en día puede esconder un pequeño dictador).

Curioso que cuando he salido para volver a entrar en otra ala del edificio, el próximo segurata ya sabía de mí, y sonriendo me ha dicho que su compañero le había avisado. Tal cual si fuera una peligrosa terrorista. Ya me decían aquellos que se mal llaman escépticos y que me denunciaron al colegio de médicos, que soy un peligro para la salud pública, parece que a estos les ha llegado la onda o el aviso de “se busca”.

Y sí, para este concepto secuestrado y manipulado de salud pública, sí que soy un peligro, uno de mis mantras ahora: Mi salud es antes que la salud pública.

Y esta ha sido hoy mi vivencia, mi aventura. No sé si el sueño de anoche, un sueño de claustrofobia y angustia que en seguida resolví pensando, dentro del sueño, que tenía que relajarme y no entrar en el pánico, tiene algo que ver. Conectando puntos yo diría que sí.

Hace mucho que no tengo pesadillas y duermo muy bien, pero este clima de presión social, de miedo, de amenazas que nos invade cada día, a pesar de mi seguridad en que todo es solo una ilusión de este mundo 3D; de que estamos aquí para saltar esta barrera y cual cariátides del templo, sostener una frecuencia que permita diluir toda esta densidad, consigue afectarme. Creo que para hacerme aún más fuerte y darme más herramientas y recursos.

Ante esto solo me queda, nos queda, aceptar lo que es, respirar y actuar según cada cual pueda aportar al mundo la verdad, de la manera más audaz y autoprotegida.




4 comentaris:

  1. Ole Ole Ole, inspiradora como siempre , muchas gracias por compartir tus experiencias, a mi me inspiran mucho y seguramente a muchas más personas que necesitan estas palabras de comprensión y de esperanza en estos tiempos complicados

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  2. Gracias por estas palabras que yo también siento. Respirar sí

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  3. Eres una luchadora. Tienes mi admiración y la simpatía mía y la de tantos. Esa humildad en la vida es la verdadera máscara de la fuerza inmune que hay en tí. No necesitas otra máscara.

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  4. como puedo hablar cotiguo lua soy chari

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