Si la biología del
ser humano en el embarazo tiene un programa preciso (con su respectivo intervalo
de normalidad), donde el cuerpo del bebé va formándose a un ritmo y en unos
tiempos que siempre son similares en todos los individuos... Si el bebé nace
cuando ya está preparado y siempre sucede entre unas fechas concretas... Si hay
unas adquisiciones de capacidades psico madurativas del bebé, como son: darse
la vuelta, mantenerse sentado, gatear, andar, la utilización del lenguaje, la
dentición o la necesidad e interés por comer alimentos no lácteos, que suelen
variar poco de unos a otros individuos... ¿Por qué no habría de haber también
un programa biológico marcado para el destete?
Un niño puede
empezar a caminar de los 10 a los 16 meses, por poner un ejemplo aproximativo, pero
todo lo que salga de dicho intervalo, nos señala alguna anomalía que hay que tener
en cuenta y que generalmente tiene alguna causa patológica.
Siempre
considerando los tempos madurativos y
los ritmos individuales de cada niño y su correspondiente intervalo o
desviación estadística, está claro que la naturaleza y la biología marcan los
momentos de dichos saltos o adquisiciones evolutivas, que son necesarias para el
aprendizaje y el sentimiento de autoestima del niño.
Hoy en día, se observa una necesidad de justificación de lactancias prolongadas. Digo justificación, ya que este es el tono de muchos de los artículos que leo sobre este tema.
El péndulo nos ha
llevado una vez más al otro extremo.
Si veníamos de un
abandono cuasi universal de la lactancia materna, ahora parece que esta sea la
panacea que no se quiere abandonar nunca. Pasa como con los límites en el niño,
si antes eran férreos y autoritarios, ahora hay temor y complejos en aplicarlos
sanamente.
La lactancia
materna es el recurso natural del ser humano, mamífero, para la supervivencia a
todos los niveles; desde lo nutricional hasta lo afectivo. Es necesaria para el
crecimiento sano del cuerpo, del alma y del espíritu del bebé. Y este recurso
tiene una fecha de caducidad que marca el programa biológico. Nadie mama
eternamente.
La denominación
surgida hace unos años de “crianza con apego” puede ser, y creo que es, un
factor de confusión en la psique de las madres, tan vulnerable en dicha fase de
su vida.
Las palabras
crean la realidad, o sea, nombrar algo con un concepto concreto está generando
la realidad que define la palabra.
Apego es un
concepto bien claro; significa que dos objetos, o personas, en este caso, están
unidas firmemente (adheridas con pega-mento). Algo que probablemente surgió de
alguien inocentemente, para reclamar que un bebé necesita mucho contacto con su
madre durante los primeros meses, ha creado un mito o paradigma en el cual se
entremezclan y confunden emociones, ideas, creencias, heridas…
Quien habla de
apego está creando esta realidad y tal vez queda encarcelada en su propia
creación, o en la creación colectiva de los grupos que funcionan bajo esta premisa.
Por eso, huyo de
esta denominación y prefiero la de “crianza respetuosa”.
El respeto hace
que observes delicadamente al otro para ver cuáles son sus necesidades y poder
sintonizar con ellas y actuar en consecuencia. Es lo que todo bebé necesita:
ser respetado, reconocido y digno de atención.
Pero también el
respeto debe enfocarse a la propia esencia de la madre, o a su niña interna,
que también merece reconocimiento, atención y nutrición. Quien no tiene, no
puede dar.
Por tanto, una
madre agotada, vacía, confundida en sus necesidades emocionales; desconectada
de las señales de su cuerpo; que solo está guiada por el faro del mito “crianza
con apego”, muy probablemente seguirá este faro de manera automática, creando
cada día la adherencia que genera el término apego.
La maternidad
abre una cueva oscura que nos invita a entrar, si queremos crecer como mujeres,
y es recomendable no rehuir esta invitación y mirar cara a cara todos los
temores, heridas y sombras, para nuestro bien, el de nuestro hijo y nuestro
entorno en general.
En los artículos,
blogs, redes sociales, etc. podemos leer entre líneas cómo se genera una
especie de competición entre madres, para ver quién es la que más años da la
teta. O así nos lo dan a entender en sus textos. Entramos entonces en el juego
de competir para ser la mejor madre, la más dedicada, la que mejor sigue el
manual. Competición o competencia, un atributo característico del aspecto
masculino y del ego; justamente lo contrario de lo que pide el periodo lactante
en una mujer.
La debilidad, el
miedo a ser juzgada, los modelos de lo que es ser una buena y sacrificada madre,
el deseo de agradar a otros, son generalmente las causas de que se entre en
esta competición. Puede que algunas disfruten de verdad con largas lactancias,
no lo dudo, pero quien así lo siente, no necesita justificarlo continuamente;
lo vive y ya está. Ningún problema si esto no dificulta el crecimiento psicológico
del su hijo, algo que hay que valorar con honestidad y sin autoengaños.
En la consulta,
estando cara a cara con madres lactantes, es cuando puedo captar la realidad
más íntima de todo este periodo, y los sentimientos y emociones que se generan.
A menudo, se trata
de una dificultad en “soltar”; algo que, por otra parte, es muy humano y
comprensible y forma parte del proceso de la maternidad. Hay mujeres que saben
aceptar el final de esta fase y asumir todos los sentimientos de duelo que
supone cualquier final de etapa con un hijo, pero hay otras que para no
afrontar este momento buscan todo tipo de escapes y justificaciones, como el
apego; y a eso se aferran, proyectando el dolor de su niña interna herida. Y una
vez más, los hijos ofrecen una oportunidad de oro para que la madre inicie un
camino interior.
Lo que a veces se
olvida es que no enfocar el conflicto de manera adecuada, huir, o justificar va
en detrimento del niño. Mientras la madre no asuma su sombra propia, el hijo irá
entrando en un bucle de malestar, falta de autoestima y ansiedad, y raras veces
decidirá por su cuenta dejar de mamar, mientras la madre siga sin hacer
consciente todo su nudo emocional.
Fui una de las
fundadoras de ACPAM (Asociación Catalana Pro Lactancia Materna); ya que hace
unos 30 años, estaba bajo mínimos tanto el porcentaje de madres que daban el
pecho en el postparto inmediato, como la duración de las lactancias. Era una
necesidad volver a este estado natural de las cosas en el campo de la pediatría
y la crianza. Así que, si acaso parezco sospechosa de no ser pro lactancia
materna, mi currículum avala lo contrario. Pero una de las maneras de avanzar
en lo colectivo y en lo particular es saber salir de los propios mitos y
creencias, o cuestionarlos cada día.
Sé que este es un
tema sensible por lo que comento más arriba; la lactancia materna parece
haberse trocado en dogma, y no hay nada peor que dogmatizar lo natural.
Decía que, es en
la intimidad de la consulta, donde muchas madres, que han querido ser fieles
seguidoras de los postulados de la lactancia y crianza respetuosa, reconocen,
con timidez a veces, que no pueden soportar más dar el pecho, que les molesta,
que quieren sentir su cuerpo otra vez libre de esta función y volver a adquirir
la energía libidinal para otros menesteres.
Las hay que no lo
llegan a hacer consciente, pero entonces se encarga el bebé de manifestarlo de
diversas maneras. Muchas de ellas creen que solo son buenas madres si se
sacrifican dando el pecho hasta que el niño quiera, dejando atrás sus propios
sentimientos y necesidades. Es algo que dicen en privado con la boca pequeña
algunas, cuando pregunto específicamente sobre ello; pero no se atreverían a reconocerlo
delante de otras personas.
Hablo siempre de lactancias
que están rozando los dos años, meses arriba o abajo. En mi experiencia, esta
es la edad donde empiezan a surgir todos estos conflictos. Y eso es lo que, a
mi entender, marca la “biología” del destete.
Y casualmente
coincide con la edad en que el niño busca autoafirmarse; cuando empieza a practicar
el No, o cuando son más frecuentes las pataletas. Por tanto, parece que todo
coincide para enseñarnos que está preparado para subir otro escalón en su
evolución personal.
Es bastante claro
que la madre que lo lleva con naturalidad, sin competencia, sin
perfeccionismos, sin complejos o proyecciones de sus propias carencias, nos muestra
un modelo fresco y sano. Y el niño también lo refleja así, ya que siempre es un
nítido espejo de lo que subyace en la madre y en la relación entre ambos.
El marco en qué
hago esta reflexión es el de nuestro medio geográfico y sociocultural, que creo
que es donde debemos movernos. No voy, por tanto, a valorar qué hace una mujer
en la África subsahariana, donde probablemente la leche materna puede ser
imprescindible para un niño más mayor que no dispone de muchos otros alimentos,
u otros ejemplos similares.
Mi conclusión,
pues, es que sobre la edad de dos años, meses arriba, meses abajo, la mayoría
de los bebés y madres están preparados para el destete, y es un buen momento
que favorece tanto la recuperación de la energía de la mujer, como el salto madurativo
que necesita el bebé; donde, por cierto, puede entrar el padre y es aconsejable
que lo haga, para favorecer este paso.
Por supuesto,
siempre habrá excepciones, como en todo; pero cada madre ha de valorar con
conciencia y honestidad si alargar exageradamente una lactancia es un hecho
para el bien de todos los implicados o se trata de otra cosa.
Lua Català
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