Ante
la falta de demostración de la teoría microbiana como causa de las enfermedades
llamadas infecciosas, una pregunta surge de forma repetida cuando hablamos de
enfermedades típicas de la infancia, la gran mayoría de ellas vacunables en la
actualidad.
Si nunca
se ha podido demostrar que ni bacterias ni virus sean la causa de las
enfermedades ¿Cómo se explica entonces en contagio?
Voy
a obviar el contagio en epidemias generales en población de cualquier edad,
aunque seguramente se podría aplicar el mismo principio y me voy a centrar
solamente en las enfermedades de la infancia, por estar situadas en un marco muy
específico debido a la edad, a la benignidad y a la conveniencia para la salud
general y evolutiva del ser humano.
La bien conocida y
divulgada teoría microbiana falla desde
su base cuando se estudia ampliamente.
Para empezar, los
postulados de Koch que eran los cimientos en los que se construyó este edificio,
no se cumplen casi nunca, algo que hasta una prestigiosa publicación médica ya reconoció
hace años (en 1909 la revista Lancet publicaba que: “Los postulados de Koch se
cumplen raramente o nunca”.)
Y más allá de esto, cuando ahondamos en las
verdaderas causas de epidemias como la polio, por ejemplo, se hace evidente la
causa tóxica por pesticidas e incluso los casos debidos a la misma vacuna.
Por
lo tanto, sin insistir más en el tema de la falsabilidad de la Teoría
Microbiana, que investigadores independientes han demostrado sobradamente, paso
a una probable explicación de dicho fenómeno de contagio.
La
primera afirmación que quiero dejar clara es que, descartada la causa que
intereses espurios han querido que creamos, no sabemos a qué es debido el contagio. Y lo cierto es que se
produce.
Las “enfermedades
infantiles” que son (o eran) más contagiosas son: el sarampión, la varicela, la
rubeola, las paperas, la escarlatina y la tosferina.
El
hecho de que sean “enfermedades típicas de la infancia”, como solíamos
denominarlas hace tan solo unos años en la historia pediátrica, ya tiene mucho
significado.
Así
pues:
Se
producen en niños generalmente antes de
los 7 años (de manera natural) lo que demuestra un programa biológico con un sentido concreto.
Lejos
de lo que nos quieren hacer creer, son procesos o crisis, no solo leves, sino
incluso beneficiosas para el crecimiento
y desarrollo del ser humano. Le dota de recursos para una buena homeostasis y autorregulación de su
sistema orgánico. Es bien sabido, desde el enfoque homeopático, que quienes
no han pasado dichas “enfermedades” tienen más tendencia a una mala salud.
Podríamos compararlas con un entrenamiento
del sistema orgánico para mejorar y refinar la salud biológica o el
terreno.
Tienen
una tendencia a manifestarse en grupos
infantiles, sean grupos escolares, familiares u otros, una importante función
en la salud pública.
Las
conocidas fiestas del sarampión (ver foto "Cómo disfrutar del Sarampión") que
organizaban muchas madres nos dan la prueba histórica de la benignidad y casi
alegría de alivio, cuando un hijo finalmente había pasado por todas ellas. En
mi generación donde no existían programas de vacunación masivos, esta era la
tónica general, hermanos, primos, amigos,
todos pasábamos por esta “iniciación”.
Todas
las madres sabían cómo actuar y cuidar hijos con estos procesos, eran más
expertas que los propios pediatras incluso en su diagnóstico y por supuesto que
nunca generaban preocupación ni alarma,
formaba parte de una infancia normal.
Las raras complicaciones graves y muertes eran
pura anécdota, cuya historia y gestión de la enfermedad habría que conocer
y que seguramente nos explicaría la nefasta evolución. Pero sobre estas rarezas
estadísticas han basado gran parte de la argumentación para justificar las
vacunaciones masivas, sobre todo con el sarampión, ya que la existencia de un
programa que pretende erradicarlo hace años (sin ningún éxito) hace más
necesario el márquetin del miedo.
Repito
que no está en mi ánimo ni pretendo afirmar nada que aún no se ha demostrado,
pero sí, apuntar o sugerir una probable
hipótesis.
Dicha
hipótesis se basa en la teoría de la Resonancia
mórfica de Rupert Shekdrake.
Nos
dice Sheldrake: “Existen en la naturaleza
unos campos llamados Morfogenéticos, los
cuales son como estructuras organizativas invisibles que moldean o dan forma a
tales cosas como plantas o animales, que también tienen un efecto organizador
en la conducta”.
Se
puede encontrar amplia información sobre esto en internet.
También
Jung nos habla del inconsciente colectivo, o los campos akashicos de Ervin
Laszlo. Muchos científicos actuales trabajan ya con estas teorías que explican campos unificados de conciencia y por
lo tanto, grupos de seres que manifiesta actitudes, conductas, aprendizajes o
situaciones comunes.
Así
pues las enfermedades de la infancia pueden caber perfectamente en esta
explicación: grupos de niños que
conviven crean o manifiestan un campo morfo genético o resonancia mórfica con
síntomas similares, aunque siempre diferentes según la individualidad.
Por
tanto se trataría de un contagio que
podríamos llamar energético, electromagnético o de resonancia informativa.
Y según decíamos antes, con un objetivo
reforzador de la salud, en este caso la salud grupal y por tanto un fenómeno
social benéfico.
Un acuerdo tácito del inconsciente
colectivo de un grupo para realizar un salto o prueba iniciática que refuerza
los mecanismos biológicos y madurativos.
Es
evidente que todo esto ha cambiado. La evidente inmunidad verdadera y real que
tenemos quienes hemos pasado por estas enfermedades, ahora, por desgracia, ya
no se produce.
La
era farmacológica en general y las vacunas
masivas, indiscriminadas y progresivamente más y más numerosas que reciben
los niños, han modificado radicalmente
el panorama.
Según
mi entender han creado un caos en la
homeostasis natural del cuerpo humano que ha generado una “deuda inmunitaria”, de modo que estas
crisis saludables y benéficas ya no se producen. O se producen en algunos casos
o pequeños brotes que van surgiendo (afortunadamente para quienes los padecen)
y que demuestran fehacientemente la gran
mentira de la protección por vacunas, ya que se dan mayoritariamente en
niños vacunados.
Algunos
adultos de la generación más vacunada
y portadores de esta deuda inmunitaria, también padecen estas enfermedades, que
son peor toleradas por presentarse
en una edad inadecuada, según la sabia programación biológica del cuerpo
humano.
Hace
tiempo que intuyo esta explicación para el contagio de dichos procesos
infantiles, desafortunadamente, ya casi desaparecidos.
Este
fenómeno es aún indemostrable por tratarse de energía, información o campos
resonantes. En
el mundo mecanicista y empírico, donde sólo se valida lo que podemos percibir
con los cinco sentidos, o lo que se puede medir o evidenciar con aparatos
tecnológicos, todo lo demás que no está densificado en el plano de la materia,
no existe.
Pero
es evidente que aquello que la ciencia aún no puede medir ni demostrar por la
evidencia, también existe.
Es más, en lo
sutil está la explicación y la raíz de todos los fenómenos que se expresan
materialmente.
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